Olga Konstantinovna Romanóva, mejor conocida como Olga de Rusia, nació el 3 de septiembre de 1851 dentro del Palacio de Pavlovsk, en San Petersburgo, durante el imperio ruso. Fue la hija mayor del Gran Duque Constantino Nikolaevich y la Gran Duquesa Alejandra de Sajonia-Altemburgo, por lo tanto también fue Nieta del Emperador Nicolás I de Rusia. Su infancia transcurrió entre el Palacio de Pavlovsk y las fincas familiares en Crimea, y su padres le proporcionaron una educación de alto privilegio. Desde pequeña, Olga fue descrita como una niña sencilla, con un rostro ancho y grandes ojos azules. A diferencia de su hermana menor Vera, Olga poseía un temperamento tranquilo, también se le describía como una niña extremadamente tímida. En 1882, su padre fue nombrado Virrey del Reino de Polonia, lo cual ocasionó que la familia se trasladara a la capital de dicho país, Varsovia. Al día siguiente, su padre sufriría un intento de asesinato. A pesar de los intentos de Constantino por implementar un programa de liberalización y restablecer el polaco como idioma oficial, los nacionalistas polacos no se apaciguaron, culminando en un Levantamiento en el mes de enero de 1863. El destino de Olga se entrelazó con el de Grecia en el año de 1863, cuando el Rey Jorge I de Grecia la conoció durante una visita a Rusia, en ese entonces, Olga contaba con solo doce años de edad. Cuatro años después, en mil ochocientos sesenta y siete, Jorge regresaría con la intención de visitar a su hermana María, y atraído por la idea de casarse con una gran duquesa de origen ruso, fue como se enamoró de la princesa Olga, quien ya sumaba quince años. Aunque Olga correspondió los sentimientos de Jorge , la perspectiva de dejar a Rusia la llenaba de ansiedad. Inicialmente, su padre se mostró reacio al matrimonio, considerando a Olga demasiado joven y renuente a separarse de su hija. Sin embargo, su madre, la Gran Duquesa Alejandra apoyó el enlace con entusiasmo, desestimando las preocupaciones sobre la juventud de su hija con la convicción de que 'Olga pronto crecería.
Finalmente, se acordó que la boda se celebraría cuando Olga cumpliera dieciséis años, permitiéndole continuar su educación hasta entonces. La boda tuvo lugar en el Palacio de Invierno de San Petersburgo el 15 de octubre de 1867. Tras cinco días de festividades, la pareja disfrutó de una breve luna de miel en Ropsha. Tras este matrimonio, Olga se convirtió en Reina Consorte de los Helenos, fortaleció los lazos diplomáticos entre Grecia y Rusia, acercando a ambas casas reales y consolidando la posición rusa en la estratégica región mediterránea. A lo largo de su matrimonio, la pareja tuvo ocho hijos: Constantino, Jorge, Alejandra, Nicolás, María, Olga, Andrés y Cristóbal. Al llegar a Grecia, la adaptación fue un desafío para la joven Reina. El Zar le había aconsejado amar a su nueva patria el doble que a la suya propia, pero Olga se encontraba mal preparada para las exigencias de la vida real. A su llegada a El Pireo, para deleite del pueblo, lucía un vestido blanco y azul, que eran los colores nacionales de Grecia. Sin embargo, la multitud descontrolada la abrumó hasta el punto de casi hacerla llorar. Incapaz de hablar griego y con escaso tiempo para descansar, tuvo que asistir a numerosas funciones oficiales. A pesar de estas dificultades iniciales, en menos de un año, Olga dominó tanto el griego como el inglés. Siguiendo el consejo de su madre, se dedicó al estudio de la arqueología y la historia griega para ganarse el apoyo de la sociedad. La vida familiar de Jorge y Olga se caracterizó por la armonía y la dedicación a sus hijos, quienes crecieron en un ambiente cálido. Aunque Jorge a menudo discutía con sus hijos a medida que crecían, lo que Olga lamentaba, la pareja real mantenía una relación sólida. Hablaban alemán entre ellos y principalmente inglés con sus hijos, a excepción del Príncipe Andrés, quien se negaba a comunicarse con sus padres en otro idioma que no fuese el griego. La corte ateniense era notablemente menos lujosa que la de San Petersburgo, lo que resultaba en días monótonos para la familia real. Pasaban los inviernos en el Palacio Real de Atenas y los veranos en el Palacio Tatoi, al pie del monte Parnis, además solían vacacionar en Aix-les-Bains en Francia, también visitaban a sus familiares en San Petersburgo y Dinamarca, y disfrutaban de Monrepos en Corfú.
A pesar de su nueva vida, Olga nunca dejó de añorar Rusia. Su habitación estaba repleta de iconos de su patria, y en la capilla del palacio cantaba himnos eslavos con sus hijos. Frecuentemente visitaba los barcos rusos atracados en El Pireo e invitaba a los marineros al palacio. Su amor por la armada rusa fue tal que se convirtió en la única mujer en la historia en ostentar el rango de almirante de la Armada Imperial Rusa, siendo condecorada también en la armada griega y dueña de un barco que llevaba su nombre. La Reina Olga dedicó gran parte de su vida a la filantropía y el servicio social. Desde su llegada a Atenas, apoyó el Asilo Amalion y la Escuela Arsakeion para Niñas. Con su respaldo personal y el de inversores adinerados, estableció asilos para enfermos terminales y ancianos discapacitados, y un sanatorio. Además fundó una sociedad de ayuda a los pobres, así como una guardería para niños necesitados. Su compromiso con la salud pública fue notable. Fundó un hospital naval en El Pireo, uuna base de la armada rusa, y abrió cursos de medicina para mujeres, a los que ella misma asistió. Heredera del amor de su padre por la marina, Olga construyó un hospital ruso en El Pireo en memoria de su hija Alejandra, fallecida en Moscú en 1891. Este hospital, aunque destinado principalmente a marineros rusos, también atendía a otros marineros que visitaban Grecia, ofreciendo consultas a bajo costo y medicamentos gratuitos. Además, financió y apoyó hospitales durante los conflictos de Grecia, incluyendo la Guerra Greco-Turca de 1897 y la Primera Guerra de los Balcanes de 1912. Por su incansable labor con los heridos, Olga y su nuera, la Princesa Heredera Sofía, fueron condecoradas con la Cruz Roja Real por la Reina Victoria del Reino Unido en diciembre de 1897. En 1913, tras la victoria en la Primera Guerra de los Balcanes y la expansión de Grecia, una tragedia golpeó a la familia real. Mientras el Rey Jorge I paseaba sin guardias significativos en Salónica, fue asesinado a tiros por Alexandros Schinas. Olga, quien aceptó la muerte de su esposo como la voluntad de Dios, llegó a Salónica al día siguiente para acompañar el cuerpo del rey a Atenas, donde fue enterrado en el cementerio real del Palacio de Tatoi. Su hijo mayor, Constantino, ascendió al trono, y su esposa, Sofía de Prusia, se convirtió en la nueva Reina consorte. Olga, como reina viuda, recibió un ala en el palacio real, pero pronto regresó a Rusia, instalándose primero en el Palacio de Strelna y luego en Pavlovsk.
En agosto de 1914 cuando la primera guerra mundial había estallado, Olga decidió permanecer en San Petersburgo y establecer un hospital militar en el Palacio de Pavlovsk, donde, junto con su nuera, la Gran Duquesa Isabel Mavrikievna, atendió a soldados heridos. A medida que la guerra avanzaba, Olga percibió la creciente crisis en Rusia e intentó advertir a la Zarina Alejandra en 1916 sobre el peligro de la revolución, lamentablemente sus advertencias no fueron escuchadas. Tras la caída del régimen zarista en febrero de 1917, la nuera de Olga abandonó Pavlovsk, Olga se quedó con su criada, Anna Egorova. Pocos días después de la Revolución de Octubre, los bolcheviques invadieron y saquearon el palacio. Olga se mudó con su hermano Dmitri en Petrogrado. A pesar de los trágicos acontecimientos, Olga Konstantinovna no quería abandonar Rusia. Sin embargo, al enterarse de la enfermedad de su hijo, el Rey Constantino (quien había sido destronado y exiliado a Suiza), se resignó a la necesidad de partir. Los bolcheviques le negaron la salida, y la asistencia diplomática de Grecia no llegó debido al Cisma Nacional. Tras meses de solicitudes de ayuda, la embajada danesa en Rusia finalmente emitió un pasaporte a Olga, que utilizó para entrar en Alemania en vísperas de su derrota, y reunirse con su hijo mayor y su familia en Suiza a principios de 1919. En Suiza, Constantino I y su familia se encontraron aislados y desamparados, sin pensiones del gobierno griego y con la prohibición de contactar al zar Alejandro. La Revolución Rusa y el Cisma Nacional privaron a Olga de sus bienes familiares, obligándola a llevar una existencia más modesta. Sin embargo, disfrutaba de pasar más tiempo con sus hijos y nietos, de quienes había estado separada durante mucho tiempo debido a la guerra.
Constantino I volvió al trono 18 meses después del estallido de la Guerra Greco-Turca en mayo de 1919. No obstante, la derrota griega en la batalla de Sakarya en septiembre de 1921 marcó el inicio de la retirada griega de Anatolia. El descontento aliado con las políticas de Constantino durante la Primera Guerra Mundial impidió que Atenas recibiera apoyo externo, lo que permitió que Mustafa Kemal Atatürk recuperara Esmirna y Tracia Oriental. Tras el Levantamiento del 11 de septiembre de 1922, Constantino I abdicó por segunda vez, y Junto con varios miembros de su familia, incluyendo a la Reina Olga, se exilió en Italia. Su hijo mayor, Jorge II, lo sucedió en el trono por unos meses. Uno de los hijos de Olga, el Príncipe Andrés, fue arrestado por el nuevo régimen. Los diplomáticos extranjeros temieron que el príncipe fuese ejecutado, pero gracias a la intercesión de importantes figuras como Jorge V del Reino Unido, Alfonso XIII de España, el presidente francés Raymond Poincaré y el Papa Pío XI, Andrés se salvó, aunque fue exiliado de por vida. Olga pasó sus últimos años viviendo con su hijo Cristóbal en Italia. Para entonces, su salud estaba deteriorada. Su cojera la había confinado a una silla de ruedas y su vista se había desgastado considerablemente. Finalmente, Olga Konstantínova Románova falleció a los setenta y cuatro años edad, el dieciocho de junio de mil novecientos veintiséis. En Roma". Su cuerpo fue inicialmente enterrado en la cripta de la Iglesia Ortodoxa de la Natividad de Cristo y San Nicolás en Florencia. Sin embargo, en 1936, tras la restauración de la monarquía en Grecia, los restos de la Reina Olga fueron nuevamente enterrados en el cementerio de Tatoi, la finca de los reyes griegos en las afueras de Atenas, País donde reinó por más de cuarenta décadas.
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