María Alejandrina de Vetsera (Marie Alexandrine Freiin von Vetsera) mejor conocida simplemente como María Vetsera, nació el 19 de marzo de 1871 en la ciudad de Viena, durante el imperio austrohúngaro. Su vida antes de su adolescencia se desconoce a profundidad, pero se sabe que fue la tercera de los cuatro hijos de Albin de Vetsera y Elena Baltazzi. Su padre había sido un diplomático de Bratislava que fue ennoblecido como caballero en 1867 y elevado al rango de varón en 1870. Este título se complementó con la vasta fortuna aportada por su esposa Elena Baltazzi, quien era una descendiente de una de las familias griegas más ricas durante el imperio turco. En 1880, la familia se estableció en un majestuoso palacio ubicado en el tercer distrito de Viena. Desde este lugar, la madre de María asumió un rol de anfitriona, dirigiendo una gran casa social y organizando suntuosos bailes, especialmente durante la temporada de carnaval. El objetivo de estos eventos era cultivar contactos con los más altos círculos aristocráticos del imperio. Sin embargo, a pesar de su fortuna y sus esfuerzos, los Vetseras eran catalogados dentro de la segunda sociedad.
Los miembros de la sociedad cortesana asistían a sus opulentos bailes, reconociendo su riqueza, pero mantenían una distancia crucial. Nunca llegaron a admitir plenamente a esta nueva familia aristocrática y enriquecida como sus iguales, preservando así las barreras invisibles de la jerarquía social vienesa. Inmersa en este ambiente de esplendor y exclusión social, la joven María de Vetsera desarrolló una intensa fascinación por el príncipe heredero Rodolfo. Este enamoramiento se consolidó tras un avistamiento y posible encuentro en el hipódromo de Freudenau en 1888. No obstante, el destino de la varonesa María se vio entrelazado con el del heredero al trono gracias a la intervención de la condesa María Luisa Larisch, y tras un intercambio de cartas, la condesa Larisch se convirtió en la mediadora crucial de esta efímera aventura. Para ese entonces, la varonesa contaba con solo 17 años de edad, mientras que el príncipe Rodolfo, quien ya se encontraba casado, era 13 años mayor que ella.
Los miembros de la sociedad cortesana asistían a sus opulentos bailes, reconociendo su riqueza, pero mantenían una distancia crucial. Nunca llegaron a admitir plenamente a esta nueva familia aristocrática y enriquecida como sus iguales, preservando así las barreras invisibles de la jerarquía social vienesa. Inmersa en este ambiente de esplendor y exclusión social, la joven María de Vetsera desarrolló una intensa fascinación por el príncipe heredero Rodolfo. Este enamoramiento se consolidó tras un avistamiento y posible encuentro en el hipódromo de Freudenau en 1888. No obstante, el destino de la varonesa María se vio entrelazado con el del heredero al trono gracias a la intervención de la condesa María Luisa Larisch, y tras un intercambio de cartas, la condesa Larisch se convirtió en la mediadora crucial de esta efímera aventura. Para ese entonces, la varonesa contaba con solo 17 años de edad, mientras que el príncipe Rodolfo, quien ya se encontraba casado, era 13 años mayor que ella.
A principios de noviembre de 1888, la condesa llevó a María Vetsera por primera ocasión a visitar al príncipe heredero en el Hofburg de Viena. Este encuentro marcó el inicio de una serie de visitas secretas y se estima que al menos unos 20 encuentros más se produjeron clandestinamente hasta la víspera del trágico desenlace que estaba por sobrevenir. Estas citas contaban con una red de cómplices, incluyendo al chófer personal de Rodolfo. Estas citas contaban con una red de cómplices, incluyendo al chófer personal de Rodolfo. categórica calificándola como una insensata. Su madre, quien conocía a la madre de Rodolfo, la emperatriz Isabel, por haber coincidido con ella durante años en carreras de caballos en Hungría, Bohemia e Inglaterra, acusó a su hija María de haber comprometido irrevocablemente el honor y el futuro de todos los miembros de la familia.
María parecía estar profundamente enamorada y obsesionada con el príncipe. Sin embargo, Rodolfo también mantenía simultáneamente una larga relación con la actriz Mizzi Kaspar. A Mizzi fue a quien el príncipe heredero propuso por primera vez un pacto suicida, a lo que ella reaccionó como si se tratase de una mala broma. Posteriormente, preocupada por el bienestar del heredero, Mizzi acudió al personal encargado de su seguridad, pero fue ignorada y se le instruyó que no interviniese en los asuntos imperiales. Tras la negativa de Mizzi a morir con él, el príncipe heredero le propuso el pacto a María Vetsera. El 29 de enero de 1889 la pareja imperial había ofrecido una cena familiar antes de partir a Budapest. Sin embargo, Rodolfo se excusó para no asistir y se dirigió al pabellón de caza en Mayerling, propiedad que había adquirido desde 1886.
En este lugar había organizado una jornada para cazar al día siguiente. A la mañana siguiente, cuando su ayuda de cámara, Johann Loschek llamó a la puerta para despertarlo, no obtuvo respuesta alguna. Poco después, el compañero de caza de Rodolfo, el conde Josef se unió a Johann para intentar abrir la puerta que se encontraba con llave. Cuando finalmente lograron abrir la puerta, dentro de habitación oscura encontraron el cuerpo sin vida del príncipe Rodolfo, sentado inmóvil junto a la cama, inclinado hacia delante y con la boca sangrando. A su lado yacía postrada en la cama el cadáver de María Vetsera. Más tarde, dentro de los informes oficiales, se determinó que Rodolfo había disparado primero a ella antes de atentar con su propia vida. Así fue como la joven María Betera terminó trágicamente a los 17 años. Sus tíos maternos fueron convocados para retirar su cuerpo y proceder a su entierro con la mayor discreción posible. Sus restos fueron sepultados en el cementerio del monasterio de la abadía de Heiligen Creuz, ubicado en la zona sur del bosque de Viena.





Publicar un comentario