María Sofía de Baviera, nació el 4 de octubre de 1841, en el castillo de Possenhofen, durante el Reinado de Baviera. Era la sexta de los hijos del duque Maximliano José de Baviera, y de la duquesa Ludovica de Baviera. Al igual que el resto de sus hermanos y hermanas, la princesa María Sofía creció en un entorno libre, en contacto con la naturaleza, y alejada de los estrictos protocolos de la corte vienesa. Desde joven, María Sofía fue considerada una mujer de mucha belleza, quien había heredado los ojos y el cabello oscuros de su abuela paterna, la duquesa Amalia de Baviera. En el invierno de 1857, a la edad de 16 años, Francisco II de las Dos Sicilias, el hijo mayor del rey Fernando II, pidió la mano de María Sofía de Baviera. Este matrimonio era una unión puramente política, ideada por Fernando II con el objetivo de forjar una alianza con el emperador de Austria, Francisco José I, otro monarca quien compartía sus mismos ideales absolutista. Cabe destacar, que en ese momento, el reino ya enfrentaba la creciente amenaza de las fuerzas revolucionarias. Antes del matrimonio, María Sofía tuvo que dedicarse al aprendizaje del idioma italiano y viajó a Viena para pasar tiempo con su hermana. Al Poco después, partió hacia Trieste para entrar formalmente en su nuevo reino y patria, no antes sin despedirse de su querida familia. Finalmente, zarpó hacia Bari, donde el 3 de febrero de 1859 se celebró su ceremonia nupcial.
El viaje de María Sofía a su nuevo hogar en Nápoles estuvo marcado por la tragedia. Apenas siete días después de su llegada, dos miembros de su séquito fallecieron de tifus. Esta desafortunada coincidencia la llevó a ser apodada "Jetatura" por la supersticiosa población napolitana, un apodo que hacía referencia a que era portadora de mala suerte". Lejos de su Baviera natal, sin poder llevar consigo nada de su antigua vida, María se encontró sola en un país extranjero, asumiendo un papel para el que no estaba preparada todavía. La situación política de Nápoles era precaria. Su suegro, el rey Fernando II, agonizaba, y su esposo, Francisco II, aunque destinado al trono, demostró ser un líder renuente, más inclinado a la literatura eclesiástica que a los asuntos de estado. Tras la muerte del rey Fernando en mayo de 1859, su esposo Ascendió al trono, pero según los historiadores, fue en realidad la madrastra de Francisco, María Teresa de Habsburgo, quien asumió las riendas del gobierno, relegando a María Sofía a un papel meramente formal como reina. El destino de la monarquía napolitana se cernía bajo la amenaza de la unificación italiana. Los radicales Giuseppe Garibaldi y Francesco Crispi, con el apoyo del Reino de Cerdeña-Piamonte, buscaron arrebatar el poder a la dinastía borbónica.
El ejército de Garibaldi avanzó imparablemente, y Nápoles cayó. En un acto desesperado, María imploró ayuda a su hermana Sisi y a su cuñado en Viena, pero Austria, debilitada por la Guerra de Cerdeña, no pudo ofrecer apoyo. María y Francisco, junto al leal general suizo Félix von Schumacher, se refugiaron en la fortaleza de Gaeta, llevando consigo solo unas pocas reliquias, con la esperanza de que la situación se calmara. Sin embargo, Gaeta fue sitiada y bombardeada sin piedad. El hambre y las enfermedades diezmaron a los defensores. Dado a la mala situación, el Rey Francisco consideró la rendición, pero María, que en ese entonces contaba con 19 años, se negó a ceder ante sus adversarios. En un despliegue llena de valentía, la joven reina asumió un importante papel en la defensa. Distribuyó provisiones, atendió a los heridos y armada con un fusil se posicionó en las almenas de la fortaleza para inspirar a las escasas tropas fieles a la corona. Una pintura del historiador Ferdinand Piloty inmortaliza esta imagen de María, acompañada por el general von Schumacher, visitando las baterías en pleno peligro. La pareja real resistió hasta el último aliento, rindiéndose finalmente en febrero de 1861. Gracias a su valiente hazaña, Sofía María fue conocida como la Reina guerra, y también sería apodada como la Leona de Gaeta, este reconocimiento la acompañaría por el resto de su vida. Mientras tanto, el primer ministro de Cerdeña (Camillo Benso de Covuor) mostrando respeto y admiración decidió concederles una retirada digna y honorable. Después de la Caída del Reino, la pareja tuvo que exiliarse en la ciudad de Roma.
Tras el exilio en Roma, la vida de María Sofía siguió un curso menos predecible para una princesa de su estirpe. Se sabe que su vida sexual con Francisco II fue complicado en sus inicios debido a la fimosis que padecía el rey, un pequeño problema que se arreglaría con una pequeña cirugía que él mismo se negaba a someterse a causa de su personalidad tímida y conservadora. Esta supuesta relación habría dado cómo resultado un embarazo no deseado. Para evitar un escándalo en las cortes europeas, se dice que la familia de María Sofía la ayudó a ocultar el nacimiento. Según los rumores, la familia María Sofía le aconsejaron retirarse al convento de las Ursulinas en Augsburgo, donde el 24 de noviembre de 1862 dio a luz a una hija a quien llamaron Matilde María Sofia, conocida también como Daisy. La niña fue entregada de inmediato a padres adoptivos y se rumorea que María mantuvo contacto con ella a lo largo de su vida. También Existe otra versión menos oficial que sugiere que María Sofía dio a luz a gemelas: Daisy y Viola. Según esta versión, Viola fue supuestamente adoptada por sus tíos, Luis de Baviera y su esposa Enriqueta. Esta misma teoría postula que Viola sería en realidad María Luisa Larisch von Moennich, conocida por su estrecha relación con la emperatriz Sissi, sobrina de María Sofía. Sin embargo, es importante aclarar que estas afirmaciones no se encuentran respaldadas por pruebas históricas concluyentes, y por ende se mantienen en el ámbito de solo especulaciones.
Finalmente, persuadida por su familia, María Sofía regresó con Francisco II a Roma, y se le prohibió no mantener contacto de ningún tipo o mantener algún encuentro con el conde por el resto de su vida. María se vio obligada a confesar todo el secreto a su esposo. Mientras tanto, Francisco lejos de cualquier reproche, esta revelación pareció motivarlo a someterse finalmente a la pequeña cirugía para corregir su fimosis, un procedimiento al que se había negado durante años. Gracias a esto, la pareja pudo concebir a su única hija, Cristina, nacida el veinticuatro de diciembre de mil ochocientos sesenta y nueve. Sin embargo, la alegría duró poco, ya que la niña falleció a los tres meses de su nacimiento. Tras la muerte del rey Francisco en 1894, María Sofía pasó un tiempo en Múnich antes de establecerse en París. Allí, presidió una corte borbónica informal en el exilio, manteniendo viva la llama de su antiguo reino. Se rumoreó ser participe de una presunta conspiración con el propósito de desestabilizar el recién unificado estado-nación italiano. Más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, María Sofía mostró un activo apoyo al Imperio Alemán y a Austria-Hungría en su conflicto contra el Reino de Italia. Nuevamente, los rumores la señalaban por su presunta participación en actos de sabotaje y espionaje contra Italia, buscando una derrota que pudiera desmembrar la nación y permitir la restauración del reino de Nápoles. Después de la Primera Guerra Mundial, María Sofía regresó a Múnich, donde falleció a los 83 años de edad en enero de 1925. Su cuerpo fue enterrado en Roma, y en 1984, sus restos fueron trasladados a la Basílica de Santa Clara de Nápoles, junto a los restos de su esposo e hija.
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